Es un gran placer compartir mi testimonio como antigua alumna de la escuela Sainte Jeanne Antide de Alessandria, a la que asistí desde segundo de primaria hasta el bachillerato, hace 35 años.
Cuando me contactaron inicialmente para compartir mi testimonio y lo que viví en aquellos años, me vinieron a la mente una serie de recuerdos inolvidables. Son recuerdos que revivo muy a menudo, historias que comparto hoy con mis dos hijos, que me hacen sonreír y me transportan a lo que yo llamo «los buenos tiempos».

Mi educación durante esos años me convirtió en la mujer que soy hoy: una hermana, una madre, una hija, una amiga y una compañera creyente que cada día intenta vivir y poner en práctica las lecciones de vida que tuve el placer de aprender durante mi trayectoria educativa y espiritual.
Mi educación no habría sido la misma sin las increíbles hermanas que trabajaban en la escuela. Entre ellas, la hermana Pauline, a quien siempre llevaré en mi corazón y con quien sigo en contacto hoy en día. Siempre la consideraré un ejemplo perfecto de disciplina, amor, respeto, generosidad y pasión. Nos enseñó la importancia de los pequeños detalles: planchar el uniforme, respetar otras religiones, ser puntuales en clase, los buenos modales y la fe en Dios.
Como miembro de varias actividades extraescolares, participaba en las Guías, en los Feux Nouveaux y en los distintos campamentos de Santa Juana Antida siempre que tenía ocasión. Fue en estos lugares donde me acerqué por primera vez a la cocina, la fotografía, el canto y el amor por la lengua francesa. También fue allí donde aprendí a ser independiente, a superar los obstáculos difíciles de la vida, a conocer a otras chicas de mi edad que tenían experiencias vitales completamente diferentes a las mías. Empecé a comprender que todos hemos sido creados en la tierra para compartir el amor incondicional y difundir la paz que viene de Dios.
En esa época de mi vida, también entré en contacto por primera vez con el sufrimiento de los demás, gracias a nuestras numerosas visitas a los leprosos, a los asilos para ancianos y niños discapacitados y a las hermanas indias. Estas visitas me impulsaron a ayudar a los demás, y la hermana Pauline estaba allí para representar la compasión, el amor y la empatía. Al ser testigo de todo esto, sentí que mi fe se profundizaba, así como mi fe en Dios y en su poder para sanar, transformar vidas y hacer milagros.
Quisiera dar las gracias a todas las hermanas de Santa Juana Antida, y sobre todo a la hermana Pauline, que siempre será un ejemplo para mí y una persona que ha marcado mi vida de una manera que las palabras nunca podrán describir.
Cordiales saludos,
Rita Younan, PROMOCIÓN 1990
