Hablamos de hace muchos años, años en los que la elección de la escuela no estaba tan motivada por valores y principios que hoy consideramos básicos. En aquella época, las razones eran mucho más prácticas, relacionadas con una especie de delegación de la educación, pero también con la educación y la enseñanza del deber.
Mis recuerdos están muy ligados a mi maestra, la hermana Beniamina.
En aquella época, una sola persona enseñaba todas las materias. La clase era muy numerosa, mixta, con niñas y niños.

Recuerdo muy bien su severidad —esa varita de bambú que se usaba entonces—, pero también su atención hacia los alumnos más frágiles. Por lo tanto, era necesario esforzarse mucho para obtener los resultados exigidos.
La formación en el deber era sin duda muy exigente. Recuerdo en particular
- la puntualidad indispensable
- el orden en el uniforme, en la mochila, en los libros y en el material escolar
- la intolerancia durante los exámenes hacia quienes intentaban ayudar al «desgraciado».
Todo ello contribuyó a mi entrada en la vida adulta. Las normas, el deber y el sacrificio son elementos que han constituido la base de mi carácter y me han ayudado a alcanzar objetivos de cierta importancia tanto en mi vida personal como en mi intensa y fructífera vida laboral, en la que he dirigido actividades comerciales e industriales y he participado en consejos de administración de importantes empresas, lo que me ha permitido adquirir una sólida y diversificada experiencia.
En 1991, de forma inesperada y con gran orgullo, recibí el reconocimiento del Presidente de la República: Caballero de la Orden al Mérito de la República Italiana.
La caridad, un valor de alta prioridad para las hermanas de Santa Giovanna Antida, me fue transmitida de forma tangible, respaldada también por la educación que recibí en mi familia, en particular de mi madre.
Este importante valor me ha permitido ayudar a quienes lo necesitaban.
Así, al final de mi intensa vida laboral, con una gran experiencia, mucha energía y aún muchas ganas de hacer cosas, entré en una pequeña ONLUS, que existía desde hacía años en mi parroquia, prácticamente inutilizada.
Realicé la formación adecuada y fundé la Cáritas de mi pueblo, que dirigí durante más de 20 años, con la ayuda de muchos voluntarios y el apoyo del clero de entonces. Se llevaron a cabo proyectos gracias también a las insistentes peticiones al Ayuntamiento, a la Provincia y a la Región para obtener los fondos necesarios para llevar una ayuda adecuada y significativa a miles de familias.
Para terminar, doy gracias al Buen Dios por los muchos dones que me ha concedido, a mi maestra, la hermana Beniamina, que me enseñó a gestionar esos dones a través del deber, el sacrificio y las normas necesarias, y a sus enseñanzas, que con el tiempo he sabido comprender y madurar plenamente.
