La Hermana Mirna, libanesa, acaba de regresar a Roma tras una breve estancia en el sur del Líbano. Aquí está su conmovedor y valioso testimonio, que se convierte en la voz del sufrimiento, la esperanza y el coraje del pueblo libanés. Es un llamamiento a la conciencia.

«Desde principios de 2025, un viento de promesas sopla sobre Beirut. El Líbano ha elegido un presidente, Joseph Aoun, poniendo fin a dos años de vacío presidencial. A continuación, el primer ministro Nawaf Salam formó un gobierno con un mandato declarado: reforma económica, restablecimiento de la autoridad del Estado en todo el territorio y un claro compromiso de aplicar las resoluciones internacionales.
Para muchos habitantes del sur, incluida mi familia, estas palabras han reavivado la esperanza de que el Estado ya no esté ausente y que sus promesas no queden en papel mojado.
Sin embargo, durante mi breve estancia, comprobé que la realidad era muy diferente a la que transmitían los medios de comunicación. Lejos de los focos, toda una población vive suspendida entre el miedo, el silencio y la resiliencia. Para los ciudadanos del sur, la esperanza choca con la realidad y se desvanece como una gota de rocío.

Durante mi estancia, observé el cielo salpicado de drones que lo surcan incansablemente y siguen lanzando misiles, matando a civiles y destruyendo propiedades en la zona fronteriza. Testigos que prefirieron permanecer en el anonimato me aseguraron que esta «guerra fría» está gestionada por una inteligencia artificial hiperpotente. Imaginad que las víctimas son informadas mediante un mensaje en su teléfono móvil de la decisión de eliminarlas. Cito textualmente algunos SMS que han sido publicados por los familiares de las víctimas:
«Reduce la velocidad y detén tu coche a la derecha si quieres salvar tu vida, solo estamos apuntando al coche que va delante de ti».
«En cinco minutos morirás. Si quieres salvar la vida de tu familia, sal inmediatamente de casa».
«Borra las fotos que acabas de hacer con tu teléfono, o tu dispositivo será destruido inmediatamente».
¡Es absurdo! ¿Qué conciencia humana podría aceptar un destino así? ¿Cómo sobreviven los libaneses a tantas amenazas y desafíos? ¿Quién debe y puede proteger la vida de los ciudadanos? El Estado libanés, en ruinas y corrupto, es impotente. Las fuerzas del orden carecen terriblemente de refuerzos. En el sur, ¡tuve la impresión de vivir al margen de mi país! Es difícil admitirlo, pero es la realidad. Los ciudadanos están abandonados a su suerte: no hay control sobre la calidad de los alimentos, el agua o los precios de los productos, ni seguridad. ¡Es el caos organizado! La gente oscila entre la ira y la resignación. Ira contra el Estado que tarda, contra los retrasos en las ayudas, contra los barrios destruidos y no reconstruidos; resignación porque cada nuevo acuerdo, cada nueva promesa parece salpicada de inercia, de cálculos sectarios o internacionales.
En el Líbano, las apariencias engañan. Para comprender la situación, habría que tomarse el tiempo de escuchar a las personas, observarlas y esperar a que las palabras broten de sus corazones heridos y traumatizados por una guerra que no termina nunca. ¡Una guerra que derrama más sangre que tinta! Una guerra sorda, muda, sin emociones, sin vergüenza y sin escrúpulos. Una guerra que se asemeja a una hemorragia silenciosa que oscurece el horizonte de los jóvenes, agotando sus energías, sus competencias y sus sueños.
Una guerra tácita que tiene como objetivo el traslado voluntario de los habitantes a otras regiones. Una guerra que yace bajo las cenizas y que corre el riesgo de intensificarse si no se llega pronto a un acuerdo. «Tenemos la impresión de que se nos olvida, de que se nos sacrifica. En primer lugar, por el Estado, que no nos protege. Luego, por los líderes, empantanados en sus disputas, sus intereses y su corrupción. Por el mundo, que mira hacia otro lado», insiste Chawki frente a su estación de servicio completamente destruida. En algunos pueblos del sur, las familias viven en casas agrietadas, a veces sin techo, en pueblos parcialmente evacuados, con escuelas cerradas y tiendas vacías. La vida social se está desmoronando. También la dignidad.
Sin embargo, los libaneses conjuran su mala suerte celebrando, cantando, riendo y ridiculizando su situación. La resiliencia no es una simple negación de la realidad, sino una conciencia desbordante que se apoya en la voluntad de resistir y de vivir. Los libaneses se vengan de la vida amándola, celebrándola, divinizándola. Su resiliencia se traduce en oración, súplica y solidaridad.
Concluyo con la afirmación de Maha: «A pesar de todo, nos quedamos. No por elección, sino por necesidad. Porque esta es nuestra tierra. Porque aquí están enterrados nuestros padres, nuestros recuerdos, nuestras raíces. Y también porque, incluso en los peores momentos, compartimos el pan, nos apoyamos mutuamente. La solidaridad es todo lo que nos queda».
Mi testimonio no es un grito de ira, sino un llamamiento a la conciencia que dirijo a todos aquellos que, de una forma u otra, pueden contribuir a cambiar las cosas.
Hna. Mirna Farah
29 de septiembre de 2025
Foto de AHMAD BADER en Unsplash