A medio camino entre Bouar y Bocaranga, se encuentra una misión iniciada por las Hermanas de la Caridad. Las religiosas llegaron a este pueblo en 1960, donde no había nada más que unos pocos habitantes… Ni parroquia, ni iglesia, ni dispensario, ni escuela… ¡absolutamente nada! Había que hacerlo todo, emprender todo para que los jóvenes tuvieran derecho a crecer espiritual y humanamente y tuvieran acceso a la educación y a una vida digna.

Así, a pesar de la inestabilidad política, las hermanas se pusieron manos a la obra para crear una escuela primaria que dedicaron a San Kizito. Su lucha las llevó a pedir al obispo que creara una parroquia en esta localidad. Ante su insistencia, la diócesis se enriqueció con una nueva parroquia, «Santa Juana Antida». Siguiendo el ejemplo de su patrona, la iglesia es dinámica, emprendedora y activa a nivel social.

El padre Michel, actual párroco, insiste: «Juana Antida es la inspiración de nuestra parroquia, ella atrae sobre nosotros las bendiciones de Dios».

El hogar acoge actualmente a 28 niñas, muchas de ellas huérfanas o que han perdido recientemente a algún miembro de su familia a causa de los violentos ataques que han devastado pueblos enteros. Los mercenarios y los rebeldes actúan con total impunidad en esta zona, saqueando, violando, destrozando, quemando, robando, matando y secuestrando sin que las fuerzas de seguridad hagan nada.

Peor aún, los jóvenes se sienten atraídos por estos grupúsculos armados que actúan con impunidad y les prometen una vida opulenta y desenfrenada. «Una lacra contra la que luchan conjuntamente el hogar y la escuela es el matrimonio precoz de las niñas», precisa sor Ruth.

Una educadora cuenta, con lágrimas en los ojos, cómo una niña de 12 años regresó embarazada de las vacaciones escolares.
¡Tantos jóvenes arruinan sus vidas por ignorancia, por necesidad o por obligación!

Sea como sea, el resultado es el mismo: con un bebé en brazos, la joven se ve obligada a trabajar para mantener a su hijo, reproduciendo el ciclo tradicional de subsistencia.

¿Cómo combatir esta lacra si no es con una educación sólida?

La escuela Saint Kizito es la única escuela católica en un radio de 20 km. Diez profesores imparten clase a 400 niños repartidos entre la guardería y la escuela primaria. El edificio está rodeado de árboles frondosos y verdes, y la tierra ocre combina perfectamente con el paisaje. Los robustos mangos y flamboyanes dan sombra al patio. Las aulas están repletas de niños, al menos cincuenta se apiñan en ocho metros cuadrados.

La sobriedad del material didáctico se compensa con el esfuerzo de los profesores, que «se sacrifican para garantizar una buena educación», como afirma Jean-Luc. Religiosos y laicos forman un enjambre activo y ofrecen a los alumnos la posibilidad de aprender sango, francés e inglés.

Además, los alumnos reciben formación sobre los retos ecológicos, la protección personal, las normas de higiene y la necesidad de aprender. Toda esta información nos fue explicada mediante sketches interpretados por los alumnos durante la ceremonia de bienvenida.

En esta tierra devastada en repetidas ocasiones por las oleadas de guerrillas, la comunidad religiosa, la escuela y el hogar son un punto de apoyo para los habitantes del pueblo.

En Bohong, se puede ver a simple vista el poder transformador de la educación.

La educación, el aprendizaje de idiomas y la inclusión social son activos que permiten a los jóvenes construirse un futuro y protegen a los menores de los depredadores sexuales y de la influencia de las bandas.

Hna. Mirna Farah – U.I.P.E.

 

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