La superiora provincial de Oriente – Líbano, Siria, Egipto, Sudán, Sudán del Sur y Etiopía, todos ellos países implicados en conflictos armados y en situación de profunda crisis social – compartió su emotivo y esperanzador testimonio durante la vigilia de apertura del Jubileo de la vida consagrada, el 8 de octubre de 2025, en la basílica de San Pedro:

«El Señor, a través de las Superioras, me ha confiado la responsabilidad de acompañar a las Hermanas de la Provincia de Oriente. Esta Provincia agrupa a seis países, Líbano, Siria, Egipto, Sudán, Sudán del Sur y Etiopía, todos ellos marcados por situaciones de conflicto, guerra, inseguridad y profunda crisis económica.
Junto con todas mis hermanas, quisiera compartir con ustedes una convicción grabada en nosotros entre lágrimas y miedo, pero también entre una alegría misteriosa: la esperanza no defrauda.
Durante los meses más oscuros de la guerra, mientras los bombardeos resonaban en el horizonte, teníamos la impresión de que todo se derrumbaba a nuestro alrededor: la escuela, las familias, los puntos de referencia, la seguridad. Y, sin embargo, algo permanecía en pie en medio de todo eso: una esperanza más fuerte que el estruendo de las armas.
En ese momento de prueba, comprendí que la esperanza no es una idea, sino una presencia. Se manifiesta en las visitas inesperadas, en el coraje y en la resiliencia de las personas que se levantan después de los bombardeos para retomar su vida cotidiana.
Sí, la vida es más fuerte que todos los signos de muerte.

Cuando comenzaron los combates alrededor de la escuela y de la casa, tuvimos miedo. Mucha gente huyó. Pero, tan pronto como volvió la calma, los profesores estaban allí, así como las familias y los alumnos. Y allí, en medio del caos, vivimos concretamente la visita de María a Isabel. Hermanas y laicos, como María, se levantaban para ir al encuentro de los demás, para consolar, apoyar y hacer vivir la comunión. Es un signo de esperanza.
Les comparto la experiencia de una madre que ha vivido la violencia de la guerra, ella cuenta: «De repente, el ruido de los disparos sustituyó al canto de los pájaros, y las lágrimas de las madres resonaron por todas partes. Mi casa no es más que un montón de piedras, nuestros pueblos han sido saqueados y quemados y, sin embargo, en lo más profundo de mi ser, una luz nunca se ha apagado: la esperanza.
Recuerdo un día en particular, en el que todo parecía perdido: mi marido asesinado, mis hijos hambrientos y el miedo en mi vientre. Ese día, gracias a personas de buena voluntad, logramos huir de nuestro pueblo convertido en ruinas. Fuimos acogidos en la iglesia de otra ciudad por las hermanas y algunos amigos. Nos ofrecieron refugio, seguridad y, sobre todo, su presencia. Nos abrazaron y lloramos juntos. Las hermanas y algunas familias nos trajeron pan preparado con los pocos granos que tenían, ya que este año la cosecha había sido escasa debido a la falta de lluvia. Nos decían: «Es poco, pero lo compartimos con vosotros».
Y en esos gestos, vi cómo se reescribía el Evangelio. Era María quien volvía a visitar a su pueblo a través de estas personas»
Sí, esto me remite al Evangelio de la Visitación, que acabamos de leer: María, llevando en su seno la promesa de Dios, va al encuentro de su prima Isabel. Se levanta, camina, confiada, porque lleva en su seno a Aquel que es la Esperanza del mundo.
Y cuando María entra en la casa de Isabel, surge la alegría. ¿Por qué? Porque la presencia de Cristo hace vibrar la vida, incluso en los lugares áridos, incluso en los cuerpos viejos o heridos. La esperanza no es la ausencia de dolor, sino la presencia de Dios en medio de ese dolor, Cristo visita nuestro dolor.
Al igual que Isabel sintió una profunda alegría por la llegada de María, esta madre sintió ese día una alegría inesperada. La guerra lo había destrozado todo, excepto ese frágil pero poderoso soplo de esperanza que pasa por rostros sencillos, palabras dulces, silencios compartidos, un pan ofrecido y ropas donadas.
La esperanza es creer que, incluso en medio de las ruinas, Dios está ahí, y que algún día los niños recuperarán su sonrisa y su alegría de vivir, las casas serán reconstruidas y volverá la paz.
Queridos hermanos y hermanas, os lo digo desde lo más profundo de mi corazón: incluso en la peor oscuridad, Dios visita a su pueblo. Pasa a través de nosotros, a través de vosotros, cuando nos ponemos en camino unos hacia otros.
La esperanza no es solo para el mañana. Comienza hoy, en cada gesto de amor, en cada palabra de paz, en cada mirada que dice: «No estás solo. Juntos creemos en aquel que es el Príncipe de la Paz».”
Hermana Mary S.
