Formada en la escuela de Santa Juana Antida Thouret, Agustina comprendió que el amor a Jesús exige un servicio generoso hacia los hermanos. Porque es en sus rostros, especialmente en los de los más necesitados, donde resplandece el rostro de Cristo.

Dios solo era la «brújula» que orientaba todas sus opciones de vida.

«Amarás«, el primer y fundamental mandamiento colocado al comienzo de la Regla de vida de las Hermanas de la Caridad, fue la fuente de inspiración de los gestos de solidaridad de la nueva Santa, el impulso interior que la sostuvo en el don de sí misma a los demás.

La conciencia del valor infinito de la Sangre de Cristo, derramada por nosotros, indujo a santa Agostina Livia Pietrantoni a responder al amor de Dios con un amor igualmente generoso e incondicional, manifestado en el servicio humilde y fiel a los «queridos pobres», como solía repetir.

Dispuesta a cualquier sacrificio, testimonio heroico de caridad, pagó con sangre el precio de la fidelidad al Amor.

De la homilía de Juan Pablo II, 18 de abril de 1999

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